Lo escencial es invisible a los ojos.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Curiosa Muerte

Carlo Rodriguez, que gozaba de buena salud, falleció a los veinticinco años cuando apenas si había saboreado dos o tres cucharadas de felicidad en su corta existencia. Una mañana, mientras escalaba un cerro en El Challao, cayó al abismo. Segundos después, se separo de su cuerpo y se observó, partido en la roca, con los huesos esparcidos como pétalos de una margarita sangrienta. Dedujo entonces que, sin duda había muerto instantáneamente. Pero, ¿por qué era capaz de pensar? ¿es que acaso su defunción aún tenía remedio? ¿es que todavía podía salvarse? corrió hacia la ciudad y, ya allí, casi muere otra ves de sorpresa falta: al tratar de detener a un transeúnte y reclamar auxilio, el hombre lo atravesó como si estuviese hecho de aire. Y comprendió: ¡era un fantasma! Y para colmo invisible. conmocionado primero, resignado despues, decidió aprvochar las ventajas de su situación. Entro gratis a un cine, se metió en el vestido de damas de una gran tienda y visitó los dormitoris de un colegio de monjas. En la Plaza Independecia, oyó los íntimos secretos de una parejita que anudaba caricias en un banco y al anochecer, observó a una deliciosa veinteañera que solitaria brillaba bajo una de las pergolas. Y se prendo de ella como si fuera el principio de su destino. La chica dejó el lugar, y Carlo le siguió las piernas. Ingresó con ella a un departamento de las cercanías y, cuando la vio bostezar, quiso vivir para besarle la boca. Y, cuando la vio desvestirse, quiso vivir para hacerle el amor hasta el fin de los suspiros. Y, cuando la vio dormida, quiso vivir para cuidarle el fin de los sueños. Tanto deseó vivir que, al ingresar al ascensor para retirase, se encontró con la Muerte en persona. De rodillas  compulsiva mente, le rogó a la pavorosa aparición la devolución de sus latidos. Llorando, le explico que se había enamorado y necesitaba vivir tan siquiera por un día. La parca le propuso acceder a cambio de un favor: asintió con desesperación y gran entusiasmo. Al instante, estaba nuevamente al pie del cerro que ascendía. se estudio y, palideciendo de dicha, comprobó que había retornado a su ahora intacto envase de carne y hueso. De regreso en la ciudad, tocó a la puerta de la muchacha y, sin decir palabra, le abrazo el alma. Y e confeso que había vuelto del otro lado para amarla hasta el fin de los tiempos. Luego de un tórrido mes de entregas, isa y sexo, mientras a solas fumaba en el balcón de la vivienda de su amada, la muerte le toco un hombro. temblando, pero agradecido por la suprema felicidad concedida, Carlo le solicito unos minutos mas de vida, para despedirse. Pero la muerte, con lagrimas en las órbitas, dijo: "No vine por tu vida, podes quedártela. Vine a que me contés que es el amor".

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