Lo escencial es invisible a los ojos.

sábado, 29 de octubre de 2011

Guillermo. Yo. Nosotros

  -¿Y quién le dice que su novio va a volver?- repetía Alberto, el hermano de mi madre. No se equivocaba. Yo estaba cansada de buscarlo en mi memoria. Lo esperaba con ansias, pero la guerra era más fuerte y dura que mi fé, que su fé, que nuestra fé.
  Era la cuarta carta que él no respondía. Muchos advertían que debía comenzar a prepararme para la noticia más fácil de sospechar: Guillermo había muerto. Y sin embargo yo sabía que su corazón continuaba latiendo. Lo sabía porque cuando mi amado se fue, me dejó su corazón junto con el juramento de cuidarlo, porque era mío, porque era suyo, porque era nuestro.
  Aun que ya habían pasado dos años, tres meses, una semana, dos días, cuatro horas y veinte minutos sin su presencia, yo resistí. Resistí porque mi amor era más fuerte que un conflicto sin oídos y sin ojos. Un mes sin noticias habían hecho de mi un cuerpo que estaba sin vida, no respondía al llamado de nadie, pensaba en él y lo intentaba hayar en su ausencia, en mi ausencia, en nuestra ausencia.
  Sí. Guillermo no murió. Ya lo sabía. Siempre lo supe. Volvió a mi lado y no volvió a irse nunca más. Guillermo me amo por siempre. Guillermo me amo porque lo espere, porque resistí, por él, por mi, por nosotros.

Giselle Chaumont

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