Lo escencial es invisible a los ojos.

jueves, 5 de mayo de 2011

Zonda De Contrabando

   Amo Mendoza casi tanto como amaba los logaritmos en el secundario. pero cuando el viento Zonda corre, sopla, silba, ruge o comete acciones similares, la amo bastante menos. En cuanto avisan que viene, dejo de caminar. Me refugio en el aire acondicionado de mi departamento, bebo un par de vodkas con grandes socotrocos de hielo, enciendo un sahumerio y me sumerjo en textos que hablen de Alaska, Islandia o cualquier polo, incluida la Antártida. En tal tarea me hallaba el otro día a media mañana-había amaneciado zondeando a mares- cuando llamaron del diario. Me informaron que algo muy grotesco agobia la ciudad, que desde horas madrugadoras un aire ponzoñoso se desplegaba como un mantel aberrante sobre las avenidas principales y pidieron que investigara el asunto. Hice de tripas profesión y salí.
   El centro semejaba carnaval. O la imagen del carrusel de la vendimia, pero sin carros ¿que estaba sucediendo? ¿acaso la gente no huye hasta la intimidad de sus paredes cuando baja el Zonda? pero no. Una muchedumbre invadía las calles a pesar de las tórridas rafagas de polvo y espanto. Miles de personas saltaban, festejaban, danzaban, daban gritos de alegrías, interrumpían el transito y escalaban semáforos. Los policías aplaudían el bullicio, se adherían.  Los automovilistas abandonaban sus vehículos y se sumaban al disloque. En los bares obsequiaban tortitas, café, helados, y hasta barrolucos. Los carritos ofrecían sus panchos como si fueran flores de cumpleaños: Gratis y envueltos para regalos. La peatonal era un striptease colectivo y la plaza Independencia un albergue transitoria libre y sin periodos. algunas señora muy aseñoradas  se subían a los carolinos y arrojaban todos, como si fueran caramelos, hacia la multitud enardecida hasta las risas. Y lo mas insólito era que todo ocurría en medio del mas espeso, brumosos y brabido de los Zondas.
    Una vez que la gendarmería, provista de mascaras anti gases, despejo la barahúnda y duchó el casco céntrico con desodorante y alcanfor, nos reunimos en redacción. Nadie se explicaba el desenfreno. Ni el fenomenal escándalo ¿que le había pasado a la gente? ¿que a la ciudad?.
   Sobre mi escritorio leí entonces 2 comunicados. Uno, de meteorologista, anunciando un fuerte Zonda en picada desde el norte hacia el centro. El otro, del juzgado federal, notificando que al amanecer de ese día, se quemaría  en los hornos del aeropuerto del plumerillo, una tonelada de Marihuana secuestrada en procedimientos de Aduana.

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